
Hay momentos en los que me sorprende sentir cómo ha cambiado mi vida. Quizás no es mi vida la que cambió, sino yo. Desde que tengo conciencia deseaba no vivir,y ahora el solo hecho de mencionarlo me avergüenza.
Busco en mi memoria cual fue el momento en el que decidí que a la vida se venía a sufrir y aún siendo una niña no me daba miedo la muerte. Sentía que podía desafiar a mi vida, que me daría igual morir porque como ya lo había sentido, los que realmente sufren son los que quedan, no los que van.
Nunca supé lo que era el vertigo o la claustrofobia, el miedo físico no me asustaba. Por entonces incluso pensaba que el dolor físico al menos me haría olvidarme de mi dolor emocional. Supongo que llegué a ser masoca, y quizás aún lo sea, pero he aprendido a controlarlo.Ahora que el tiempo ha pasado y me he hecho mayor, me he dado cuenta de que puedo decir que soy feliz, de que me da miedo la muerte, de que no estoy preparada para muchas cosas aunque crea que lo esté, de que sigo siendo la misma chica sensible que era antes, con la única diferencia de que ahora soy más sabia, de que ahora sé reconocer a las personas que hacen daño por razones que ni siquiera merece la pena hablar.
En mi corta o larga vida, según se mire, he conocido a buenas personas, pero también a gente muy dañina que su única manera de sentirse viva es haciendo daño a los demás para subir su ego. Sé que siempre he sido un blanco fácil porque soy transparente, y ya no me importa que esa gente se acerque a mi, porque ahora los veo venir de lejos y lo único que puedo sentir por ellos es indiferencia, porque no merecen ni mi pena.